La decadencia de la zona céntrica de la ciudad brasileña de São Paulo se ha acelerado en el último año. Los consumidores de crack parecen estar por todas partes y vagan por las calles de la ciudad más grande de América del Sur.
Por AP
Los tenderos están preocupados por los robos y los vecinos temen por los atracos. Y ante el descoordinado intento de la ciudad de frenar el declive, no es una sorpresa que por primera vez en años, la gente se marcha.
A continuación, un vistazo a algunas de las personas afectadas por la crisis:
Los propietarios de los comercios
Balduino Alvares trabaja en el centro de São Paulo desde hace unas tres décadas. Ahora se ha visto obligado a llegar a las 6:00 de la mañana, una hora antes, para limpiar los desperdicios humanos de la vereda ante su joyería.
Es la peor hora de la jornada de Alvares, de 62 años.
Alvares utiliza agua a presión, echa jabón y barre con fuerza durante unos 20 minutos. Se detiene un segundo para descansar la espalda mientras la repugnante mezcla reposa. Después regresa para seguir limpiando con energía otros 10 minutos. Esos pasos son clave para retirar las heces y orina de los drogadictos, afirma, y eliminar el hedor, al menos hasta la mañana siguiente.
“Es así desde el año pasado. Lo odio”, dijo Alvares a The Associated Press. “Esta gente no estaba aquí antes. Se quedaba en el mismo sitio a unas cuadras de distancia. Ahora vagabundean, duermen en cualquier sitio y hacen estas cosas a la vista”.
La llamada “Cracolandia” de la ciudad, que antes se limitaba a unas cuadras en torno a la estación de tren de Julio Prestes, se ha extendido a los vecindarios circundantes, incluido el distrito más popular de la ciudad para comprar productos electrónicos. Los vecinos atribuyen ese crecimiento a una política del ayuntamiento en la que la policía municipal dispersa a los adictos de los lugares donde se congregan. Pero no parece que haya un plan para lidiar con las consecuencias, como ataques violentos a los peatones y pillajes en tiendas y restaurantes.
Aunque no se trata de sucesos sin precedentes, varios de esos casos han llegado a los noticieros nacionales este año. En abril, docenas de saqueadores, algunos con pipas de crack en la mano, asaltaron una farmacia. Este mes el conductor de una empresa de transportes por app vio su auto apedreado mientras un grupo de adictos rodeaba el vehículo.
A Daniel Bonfim, de 58 años, le encantaba ser vendedor en una zona próspera que durante décadas atrajo clientes de todo Brasil. En 2018 vendió su apartamento y su auto para invertir en su propia tienda. Ahora se pregunta cuánto tiempo puede quedarse.
“Ya no puedo trabajar. Todo lo que conseguí lo estoy perdiendo en apenas un año”, dijo Bonfim entre lágrimas. “A menudo mi puerta de entrada está tomada por personas sin hogar y drogadictos, día y noche. Tengo que estar todo el día esperando junto a la puerta para que se acerquen clientes que he tenido desde hace décadas. Ahora no vienen, me piden a mí que vaya a ellos”.
Los vecinos dicen que desde principios de año han cerrado docenas de negocios, como comercios, restaurantes y tiendas de alimentación.
Los residentes
Paulo Recife, profesor de italiano de 31 años, vive en un apartamento cerca de una de las principales arterias de Sao Paulo. Por primera vez, oye a adictos gritando por la mañana y amenazando a los que miran desde sus balcones.
“Se han vuelto cada vez más locos. Uno me dijo que iba a dispararme con su arma de asalto si no me marchaba. Le dije, ‘venga’. Yo sabía que no tenía nada, y simplemente empezó a gritarle a una pared”, dijo Recife. “Cada vez es más difícil vivir aquí”.
El psiquiatra Flávio Falcone, que vive en el centro de Sao Paulo y trabaja con adictos, dice que las cosas han empeorado mucho en el vecindario en parte porque un antiguo alcalde desmanteló un programa de reducción de daños que intentaba ayudar a los adictos a reconducir sus vidas.
“No es un lugar agradable para estar”, dijo Falcone. “Por supuesto, mi situación es diferente. Tengo contactos en la zona, la gente me conoce. Pero otros tienen que tener un cuidado adicional”.
Una vez a la semana, Falcone se viste de payaso, una forma desenfadada de acercarse a los adictos. Trabaja cada semana con un equipo que hace representaciones en Cracolandia. Invitan a los adictos a cantar karaoke, competir para un premio de 10 dólares o sumarse al jurado de cinco personas. Los participantes entran en contacto con profesionales de la salud. Algunos finalmente reducen su consumo hasta niveles que les permiten estudiar o trabajar, dijo Falcone.
Los consumidores
En un día reciente, mientras el equipo de Falcone animaba a los participantes del karaoke, una mujer mordía su colchoneta y gritaba a una pared. Muchos otros vagaban por la zona distraídos, como si se hubieran perdido. Otros se unieron a la diversión, bailando y saludando a los agentes de policía estacionados cerca.
Una adicta que ponía nota a los cantantes era Maria Creuza. Sentada en una silla de playa y vestida con una camiseta de tirantes que mostraba cicatrices de armas blancas, les dio un 10 a todos los aspirantes. Creuza y otros consumidores, que apenas duermen por la noche en Cracolandia, dormitaban entre canciones.
“Todo el mundo aquí es estupendo. Deciden salir de la manada y venir aquí para hacer algo diferente. También podemos ser gente agradable”, dijo Creuza a una docena de espectadores, casi todos adictos como ella. ”Nadie está contento de vivir en las calles de Cracolandia, a nadie le gusta depender de esto”.
Alessandra Bueno Barros estaba sentada a un lado de la calle y miraba mientras cientos de adictos como ella se marchaban. Ella celebra las iniciativas para cambiar la dinámica de la región, pero dijo que el futuro se veía sombrío.
“Aquí no hay esperanza para nadie, señor”, dijo Barros.
Durante el espectáculo, un adicto fue apuñalado en el hombro por un rival, un reflejo de los desafíos de ayudar a los adictos a ayudarse a sí mismos.
Las autoridades
Eduardo es un policía municipal que trabaja en el centro desde hace dos años. En declaraciones ante la comisaría cercana, dijo que ha sentido la presión de entrar en una zona donde los adictos lanzan lo que tengan a su alcance -piedras, trozos de madera, cristales- si los agentes se acercan demasiado cuando les confiscan sus drogas.
“Los traficantes están mezclados con los adictos y muchas veces animan a los adictos a atacarnos”, dijo Eduardo, que habló bajo condición de que no se publicara su apellido, por motivos de seguridad y porque no estaba autorizado a hablar con la prensa. “Es un lugar peligroso, incluso para la policía”.
Se espera que Cracolandia sea uno de los temas claves en la campaña a la alcaldía el año que viene. El alcalde, Ricardo Nunes, heredó el puesto a la muerte de su predecesor, y aspira a un segundo mandato pese a su baja popularidad en los sondeos.
La oficina de Nunes rechazó varias peticiones de AP de entrevistarles a él o a miembros del gobierno municipal responsables de zonas ocupadas por adictos.
Sin embargo, su gobierno ha reforzado un programa lanzado en 2019 llamado Redención para abordar el problema.
El programa, inspirado en experiencias internacionales en ciudades como Bogotá o Zúrich, implica obligar a los adictos a mantenerse en movimiento constantemente y tener trabajadores que les abordan para convencerles de que se comprometan a seguir un tratamiento. También pide coordinación entre los servicios de salud, asistencia social y seguridad pública.
El gobierno de Nunes también impulsa la seguridad instalando cámaras y asignando más policías.